Últimamente me pasa muy a menudo que estoy hablando con alguien de mi carrera y llegamos al tema del título con el que me voy a recibir dentro de dos semanas. Entonces surge la inevitable pregunta: "ah, ¡¿¿sos profesora??!", generalmente seguida de un fruncimiento de labios, ojos vidriosos o embrollamiento cejudo, gestos todos que pueden interpretarse de muchas maneras (una de ellas: "¿por qué, si decís que te negás absolutamente a terminar ejerciendo de profesora?"), pero que en todos los casos me remite al mismo prejuicio: "ah, creí que eras licenciada". Que es un prejuicio que compartí y quizás siga compartiendo a un nivel extra-discursivo, pero ahora me dedico a combatir infructuosamente, como el Don contra los molinos. En parte, la respuesta categórica, twittera, que esgrime mi rabia (amparada por la seguridad de que voy a poder seguir estudiando otras cosas), es "nunca voy a licenciarme en Letras". Mis escritos privados, por supuesto, cada tanto me contradicen (en el confuso vaivén de incertidumbres: "¿y si cuando termine Análisis ambiental me decido a extrañar el circuito académico y me licencio y hasta doctoro en Letras?"), pero hagamos de cuenta que esas dudas no existen. Este post, entonces, va a exponer brevemente las razones de esa negación. Sirva de soporte para:
1) Los que lleguen acá buscando motivos para meterse en Humanidades. Esta va a ser el primer ejemplo de una serie de entradas sobre por qué no seguir Humanidades (cuando sos joven, pobre y no querés ser profesor)*.
2) Aquellos que no saben si optar entre nuestra miope, jodida, elitista pero queridísima UBA, y nuestras otras universidades menos renombradas -públicas o privadas.
3) Los que naufragantes en un limbo académico de muchas materias cursadas pero bastante materias no rendidas, y sin muchas salidas laborales seguras o atractivas (¡ey!, ¡siempre quedan los callcenters!¡O McDonalds!), buscan un tronco al que asirse en la fraternal incertidumbre y el desdén de la pregunta compartida: "¿para qué elegí esto?"
4) Los que, ya secos en su islote (tambaleante como todos nuestros islotes), fumando su pipa y moviendo con satisfacción sus músculos faciales, buscan re-asegurar la corrección de sus elecciones a partir del jocoso enojo ajeno.
Tras todo este preludio pomposo y lleno de presunción, comencemos.
*(En forma académica.)
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