El contento: una provoleta hiper cocida, un domingo de asado familiar, unos pocos buenos amigos, algo de cariño. La seguridad de la vejez y la muerte, la juventud de postergar un poco más los finales. El regalo del tiempo, hasta acabar; un par de grandes errores, una tormenta que te azote como al rey Lear, redescubrir cada tanto tu fragilidad. Mostrar con actos todo lo que no se puede decir; ser un poco bobo y escribir el resto. La tristeza no tiene fin; la felicidad languidece un domingo como el cansancio, como un conjunto de fotos y recuerdos, efímeros y minúsculos, triviales y eternos. A nadie le importa esto y todo se deshilacha en el tiempo, pero yo existí y yo alguna vez quise e hice esas cosas, y valoré y fui patética, y el mundo hizo exactamente lo mismo. Vi a mi hermana en trenzas morderse el dedo leyendo sobre biología, vi unos lentes sucios sobre la mesa y no eran los míos, guardé el recuerdo de mi madre bailando rock en mi casa de relojes. Esas cosas pasaron, también pasarán estas, el aire huele a elegía pero el estoicismo es tan ajeno a esta ansiedad deseosa, a esta gratitud muda y gratuita. No puedo entender un montón de cosas, desconozco tanto, y eso no importa.
Música porque sí, música vana.
Música al fin, por eso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario