8 oct 2011

Descriptivo 8 - Reta, 6 pm

A 500 km de Buenos Aires garúa finito, en un ángulo perfecto de 135° con respecto a la rectitud imaginaria de la tierra. Es un territorio de médanos; un recuerdo de playas anchas y solitarias de mar plateado y una albufera como ojo rosa de agua y flamencos en su detención breve antes del descenso ininterrumpido al mar. Garúa constante, como en deseo de pelafustán; la albufera se adentró en la tierra y lo que queda es un sistema de islotes de arena. Estoy a dos médanos del mar, que no se ve, en una explanada gris donde el viento se ensaña con tu ropa y la empapa en diez minutos. Tengo abrigo, pero soy como un ruso sin capote en una noche gélida. Avanzo entre los médanos como un despojo: donde me paro la arena se arremolina cubriendo mis pies. No me paro: soy la obligación de caminar hasta el mar, de empantanarme hasta las rodillas, de chorrear agua hasta por los cabellos, de empaparme de las últimas lluvias y los últimos fríos del año. Rodeo los brazos extendidos del río entre los médanos y subo a los islotes de arena marmórea. Veo, atrás y hacia abajo, al río adentrarse lentamente entre los médanos; allá arriba, a la erosión del viento crear un flujo de bronce. Avanzo; la arena fluye líquida hacia la costa, fluctúa en el viento formando pinturas complejas y efímeras, punza heraclítea a través del pantalón empapado y los oídos de un gorro vencido. Bajo, y la imagen se multiplica: es un desierto de bronce virgen fugándose en perspectiva, incansable, impertérrito, hasta la bruma del horizonte.
Voy hacia el mar. Se alza ronco como capricho de viejo, solemne y vano, y sus aguas llegan lamiendo mansas la costa entre la espuma. La espuma se junta y envejece tristemente en amarillo. El viento la vuela, y es como si sobre la costa, cementerio de rayas y caracoles, flotara nieve.

Mi experiencia visual es vetusta: vi el bostezo verde del mundo en un pozo de Malargüe, los pliegues extáticos de la nieve en montañas del sur, el desdén azul de los glaciares a la deriva, el miedo ciego en el viento blanco, el ocre de los calores lentos del norte, el interior de los volcanes, el vértigo del precipicio, el sudor de la ciudad, el tren, el hombre y la mujer, las iglesias los gobiernos y los bancos. Pero el fluir de este río de arena frente al mar, anteriormente, no. No tengo cámara; me niego a alzar elucubraciones vanidosas. Guardo el dinamismo punzante y húmedo de la arena cimbreando en el viento en la retina. Oscurece. Estoy aterida, no siento las manos. No vuelvo: desando mis pasos caminando de espaldas, los ojos en la playa, el pantalón acartonado. Diversifico un camino distinto: la erosión borró mis pasos.

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