15 feb 2025

Les Rigoles



Las burocracias del tiempo humano hicieron que me fuera regalada la novela gráfica de Brecht Evens que da nombre a esta entrada.

A Evens, pintor de acuarelas belga, lo conocí hace años de manera azarosa, en algún blog perdido que me mostró imágenes inesperadas, plagadas de una soledad llena de colores, pero soledad al fin.

Lo que no entendía aún (porque no lo conocía) era el ¿influjo? o quizás la similitud, con el expresionismo alemán.
The Making Of, 2011
VRIJ Nederland, 2011
De Morgen



El libro que llegó a mis manos conserva los colores y el ambiente, pero también la furia ligera que anuncia el título, y el ansia líquida del instrumento que sirviera para su creación.

Entonces, primero el título.

Les Rigoles es el nombre de una taberna de Belleville; el nombre puede traducirse como "acequias", "zanjas" o hasta los "hilos de agua" que corren por el surco, pero evoca también un verbo (rigoler) que significa, claro está, "cavar un surco", pero también, curiosa casualidad, "reírse (de algo)" o "bromear". 

El diccionario de la Academia francesa explica que los dos términos (rigole y rigoler) provienen del siglo XIII. El sustantivo proviene del holandés regel ("fila, línea recta"), que deriva a su vez del latín regula ("regla"), y el verbo que le corresponde derivó de este término. Pero el otro verbo contradice esta rigidez, y surge a fines del siglo XIII del cruce de un sustantivo y un verbo: el francés antiguo riole, que designa el jolgorio (partie de plaisir, dice el diccionario francés, y podría traducirse como "fiesta de placer") y deriva del sustantivo rire (el reír), y el verbo galer, que dio lugar al coloquial "rascarse", pero en francés antiguo significaba "divertirse". Le Figaro recoje que un sustantivo derivado de rigoler, rigolage, puede encontrarse en el Roman de la rose de Jean de Meung hacia 1275, en el sentido de "'regocijo', especialmente vinculado, al parecer, al placer de bailar", pero actualmente el sustantivo no designa más que el riego.

Lo que el tiempo hizo a los intercambios entre estos dos verbos, Evens lo hace en papel, porque el libro nos habla del deseo de los placeres nocturnos, está pintado a la acuarela, y corre como entre canales hacia el mar. "Las calles son ríos (fleuves, del latín fluvius, que nos da lo fluvial, lo melifluo y lo superfluo), son rigoles", dice un personaje que juega con las palabras, y todo líquido acaba por derramarse, y todo lo sólido se acuatiza: los alcoholes mojan a la gente, una cabeza se funde en una pecera, un taxi deviene ballena y si en la pintura rómantica el héroe contemplaba un mar de nubes, en el libro de Evens se enfrenta al mar de luces de la ciudad.






La ciudad es, pues, un conjunto de calles-canales, y el libro de Evans retrata ese discurrir. 

En ese sentido, es un relato plural, ambicioso, tanto por cómo cuenta (la forma) como por lo que cuenta.

Múltiple, en lo que concierne al cómo, porque explora diferentes formas de expresión: diversos usos de la página (tenemos grandes dibujos a dos páginas en los que se nos muestra la ciudad o se nos expone a los personajes perdidos en un mar de palabras, o grandes perspectivas detonadas de detalles que muestran con simultaneidad diferentes conversaciones y situaciones, o bien la multiplicación de imágenes para interiorizarse en aquello que se esconde tras las apariencias), empleos de estilos distintos, multiplicación de colores que contrastan con retornos a la monocromía, transparencias... No soy especialista, un ejemplo puede verse en la página del autor.

Y diverso en lo que cuenta, porque es un relato esencialmente polifónico que huye de la narración troncal, aunque termine concentrándose en tres personajes principales, sus universos, y el taxi-taxista que los trasporta, abre la narración y establece un hilo conductor o punto de convergencia asincrónico. 

No hay unidad de espacio (los personajes navegan de un bar-isla a otro, o terminan a la deriva en las calles destempladas), pero sí de tiempo: todo transcurre en una noche, aunque el tiempo de esa noche parece extenderse infinitamente.
 
Entonces, la historia puede resumirse de manera un poco esquemática como aquella de tres personas que se encuentran en tránsito de la juventud a la adultez, con las metamorfosis, las insatisfacciones y las contradicciones que eso implica. 

Jona, de un melancólico azul, asqueado de la ciudad que lo vio crecer, se apura a abandonarla para ir a juntarse con su mujer en Berlín, pero en su última noche es abordado por los restos de un pasado que no acaba de dejar. Que quizás no pueda dejar.

Victoria festeja una recuperación que capaz no es tal, pero tal vez no debería ser, saliendo a comer con su hermana, su ex novio y la pareja de este, y ante la presunta recaída, acaba en una fuga indecisa acompañada de una institutriz bailarina de pole dancing... Verde (aún verde), quizás por gusto acaba por no hacer honor a su nombre.

Y el Baron Samedi, que arde de rojo, es un joven deprimido que acaba sufriendo una verdadera metamorfosis y, tras un pico de climax o anagnórisis, se despoja de sus máscaras y acaba muriendo para renacer con una promesa de mayor libertad, semejante el loa del vudú haitiano que le da nombre.

Sus personajes hacen de Les Rigoles una historia muy juvenil, y quizás por eso pertinente en este momento en donde ya he atravesado la mitad del camino de mi vida: porque aunque arrojados al disfrute y al placer, su juventud parece más bien verterse hacia un mar que podría ser la muerte. Es decir, tal vez lo que me gusta es que el libro atrapa todo eso que en la juventud, a pesar de sus pantallas de colores, no deja de situarse en el terreno de la indecisión, la insatisfacción, pero también una voluntad de arder y desplegarse que a veces se pierde con las elecciones de la edad, una voluntad que parecería no tener cabida en la ciudad que la acoge. 

Pero más allá de los tintes a la Camus o existencialistas, probablemente lo más bello del cómic es que, aunque la capital de Francia no acabe siendo necesariamente la ciudad que nos muestra el libro (y esto a pesar de la referencia a Belleville), Evens le da finalmente un mar a París.

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