Hay dos locos que se encuentran en una esquina cerca de un semáforo. Uno sostiene un cuaderno haciendo medio como malabares porque no tiene donde apoyarlo y está escribiendo. Ése se llama Pedro, y el otro Pablo. Entonces Pablo que está muy a pedo porque recién sale de la oficina, y tiene calor porque aunque no es verano el termómetro marca 40°C y él sigue en traje, Pablo, que suda profusamente y se olvidó de ponerse desodorante antes de salir de casa esa mañana y encima tuvo que correr el colectivo porque todavía no le da la guita para comprarse un auto, Pablo, entonces, lo encara, lo mira fijo y le dice:
- ¿Y qué se supone que hacés?
A lo cual Pedro lo mira algo raro, porque evidentemente no lo conoce, y se siente incómodo porque no sabe qué hacer, si no darle bola y quedar como un desubicado o si contestarle y ser un boludo. Decide ser un boludo por cortesía, nomás, y entonces le dice, con voz algo dubitativa pero firme, con algo de queteimportismo:
- Una carta.
Y eso es todo, no especifica cómo la escribe, ni para qué, ni con qué sentido, ni por qué no recurre al e-mail, ni por qué usa lápiz y no birome, nada de nada. Pablo se impacienta, entonces, y decide seguir preguntando, aunque no sabe bien para qué, tampoco, ni con qué intención, ni por qué a ese pibe del que ni conoce el nombre y no otro, pero como suda profusamente y hace calor y el semáforo no cambia -y él no cruza las calles en rojo-, entonces se queda mirando fijo a Pedro y cómo Pedro escribe ocultando la hoja dentro de lo posible para que nadie vea. Lo mira durante un minuto justo en que el semáforo no cambia. Pedro escribe lento, como meditando mucho, y de pronto muy rápido. No tacha, aparentemente, pero Pablo no puede saberlo con certeza. Pedro se muerde el labio en una actitud típicamente femenina, según las consideraciones de Pablo, que maneja bien los códigos debido a su trabajo en la oficina -lástima que se olvidó el desodorante-, y entonces se decide. Mantiene el tono medio seco, cortante, que de curiosidad tiene poco pero tampoco llega a ser una orden.
- ¿Y para quién?
Pedro ni lo mira. Después sí lo mira. Considera que la inclusión de la conjunción al principio de una pregunta tan directa es un rasgo atenuante de la actitud en general descortés del inquisidor, y por eso duda durante unos segundos en los que termina una frase e intenta empezar otra. No la empieza, sin embargo, porque la mirada del otro se siente casi como un infierno -pero en realidad son los 40°C bajo el sol y el semáforo, que sólo genera una raya finita de sombra que apenas oscurece 3/4 de su cara y cuerpo. Es ahora cuando Pedro levanta la mirada. ¿Qué contestar? Las evasivas son chiquilinadas, y es mejor terminar rápido el asunto, de modo que el otro pierda interés.
- Para mí.
Mierda, piensa Pablo mientras suda bajo el traje y en los zapatos, un loco. No piensa mucho más después de eso. Pedro sigue escribiendo, muy petulante. Los zapatos de Pablo rebalsan. No piensa demasiado.
- Je. ¿Y qué dice?
La risa sonó algo cascada. Y corta. Hay unas palomas que miran fijo sobre una estatua. Es tarde, el semáforo no cambia. Como si no fuera a cambiar nunca. Alguien empuja a Pablo, desde atrás, y le arruga el traje. Pablo putea por lo bajo, gil. Es el semáforo que cambió. La gente atropella, él camina. Pablo se da cuenta que tiene que volver a la oficina, porque ya pasó el tiempo de descanso. Termina de cruzar la calle y decide volver, pero justo cambia el semáforo. Hace calor bajo el sol, y la única sombra es una rayita fina de oscuridad que apunta a la calle. Hay un chico apoyado en el semáforo, con una libreta y una birome. Escribe una carta. Se llama Pedro. Siempre pasa desapercibido. Levanta la vista y ve a Pablo. Lo reconoce. Contesta.
- No sé. Si todavía no la recibí.
Pablo suda. El semáforo cambia. La avenida es ancha. La oficina está fría. Al jefe hay que adularlo. El viaje es largo y monótono. El correo sólo trae facturas. No tiene aire acondicionado.
Así que piensa. Había dos locos.
--------------
Faltan 9 horas para el final, y aún no armé el tema, pero ¡acá estoy!, resucitando uno de esos chistes malos que contaba cuando era piba y repetía a toda la gente que me conocía. Lo desfiguré completamente. Suerte, feliz continuidad con cambio de número.
- ¿Y qué se supone que hacés?
A lo cual Pedro lo mira algo raro, porque evidentemente no lo conoce, y se siente incómodo porque no sabe qué hacer, si no darle bola y quedar como un desubicado o si contestarle y ser un boludo. Decide ser un boludo por cortesía, nomás, y entonces le dice, con voz algo dubitativa pero firme, con algo de queteimportismo:
- Una carta.
Y eso es todo, no especifica cómo la escribe, ni para qué, ni con qué sentido, ni por qué no recurre al e-mail, ni por qué usa lápiz y no birome, nada de nada. Pablo se impacienta, entonces, y decide seguir preguntando, aunque no sabe bien para qué, tampoco, ni con qué intención, ni por qué a ese pibe del que ni conoce el nombre y no otro, pero como suda profusamente y hace calor y el semáforo no cambia -y él no cruza las calles en rojo-, entonces se queda mirando fijo a Pedro y cómo Pedro escribe ocultando la hoja dentro de lo posible para que nadie vea. Lo mira durante un minuto justo en que el semáforo no cambia. Pedro escribe lento, como meditando mucho, y de pronto muy rápido. No tacha, aparentemente, pero Pablo no puede saberlo con certeza. Pedro se muerde el labio en una actitud típicamente femenina, según las consideraciones de Pablo, que maneja bien los códigos debido a su trabajo en la oficina -lástima que se olvidó el desodorante-, y entonces se decide. Mantiene el tono medio seco, cortante, que de curiosidad tiene poco pero tampoco llega a ser una orden.
- ¿Y para quién?
Pedro ni lo mira. Después sí lo mira. Considera que la inclusión de la conjunción al principio de una pregunta tan directa es un rasgo atenuante de la actitud en general descortés del inquisidor, y por eso duda durante unos segundos en los que termina una frase e intenta empezar otra. No la empieza, sin embargo, porque la mirada del otro se siente casi como un infierno -pero en realidad son los 40°C bajo el sol y el semáforo, que sólo genera una raya finita de sombra que apenas oscurece 3/4 de su cara y cuerpo. Es ahora cuando Pedro levanta la mirada. ¿Qué contestar? Las evasivas son chiquilinadas, y es mejor terminar rápido el asunto, de modo que el otro pierda interés.
- Para mí.
Mierda, piensa Pablo mientras suda bajo el traje y en los zapatos, un loco. No piensa mucho más después de eso. Pedro sigue escribiendo, muy petulante. Los zapatos de Pablo rebalsan. No piensa demasiado.
- Je. ¿Y qué dice?
La risa sonó algo cascada. Y corta. Hay unas palomas que miran fijo sobre una estatua. Es tarde, el semáforo no cambia. Como si no fuera a cambiar nunca. Alguien empuja a Pablo, desde atrás, y le arruga el traje. Pablo putea por lo bajo, gil. Es el semáforo que cambió. La gente atropella, él camina. Pablo se da cuenta que tiene que volver a la oficina, porque ya pasó el tiempo de descanso. Termina de cruzar la calle y decide volver, pero justo cambia el semáforo. Hace calor bajo el sol, y la única sombra es una rayita fina de oscuridad que apunta a la calle. Hay un chico apoyado en el semáforo, con una libreta y una birome. Escribe una carta. Se llama Pedro. Siempre pasa desapercibido. Levanta la vista y ve a Pablo. Lo reconoce. Contesta.
- No sé. Si todavía no la recibí.
Pablo suda. El semáforo cambia. La avenida es ancha. La oficina está fría. Al jefe hay que adularlo. El viaje es largo y monótono. El correo sólo trae facturas. No tiene aire acondicionado.
Así que piensa. Había dos locos.
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Faltan 9 horas para el final, y aún no armé el tema, pero ¡acá estoy!, resucitando uno de esos chistes malos que contaba cuando era piba y repetía a toda la gente que me conocía. Lo desfiguré completamente. Suerte, feliz continuidad con cambio de número.
3 comentarios:
Faltan ahora menos horas y el final será dialéctico: un principio.
La continuidad también te será feliz linda escritora, pese a todo cambio de número.
Valgannos todos los boludos inocentes y que no son condones de psicopatas.
Dos locos como esos hacen sano al mundo,...con sarcasmo miro a los locos más empedernidos y realmente nocivos, mucho más comunes de lo que ellos creen (los locos pelotudos se creen sanos y ven locura en lo -hoy- anormal de una idea sana).
Luego levanto mi vista hacia las palomas (Ud. sabe Gise que debemos tener cautela con las inocentes palomas ya que no siempre nos bendicen -sorpresivamente- desde las alturas aunque), ¿sabe? quizás las palomas miraban a los locos casi como si fueran (ellas y ellos) un espejismo reflejado por el aire cálido. Las palomas acaso veian montones de miga o granos de dorado maiz en lugar de los dos locos), y alli, señalando tiempos, una rayita de clemente oscuridad.
Y puede llegar a ser bueno escribir una carta para uno mismo (en cierto modo eso ocurre cuando leemos nuestros escritos de hace unos meses, unos años, una década: lo que hemos escrito antes tiene el estilo de otra persona, nuestro yo ilusionado persiste, nuestras personas cambian), y en estos dias de calor ¿sabe? a uno le gustaria disiparse en las frescuras del vapor diurno o del amor en la noche, en diezmil y más noches, mirar al sol haciéndole un pito catalán.
Si no nos comunicamos antes nuevamente entonces: FELIZ CAMBIO DE NUMERO hada-arisca.
Un Beso.
Para la pagana fiesta del Sol Invicto te deseo Felices Fiestas.
Danza al son de la Consagracion de la Primavera y de las siringas que yo, cual Pan -acompañado por diezmil faunos y bacantes hago- sonar.
Otro beso.
1° de Enero de 2009.
Me remito a Vd. dama feérica para incoarle sumario juicio, acusándola de hacedora de sortilegios y ensalmos con las palabras y las letras o realizadora de anhelos. Por eso mi inapelable dictamen a un par de ojazos azules que brillan con soles propios es decirles:
FELIZ AÑO NUEVO.
Más un esotérico CHUIK!
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