27 jul 2009

Che Filipiuk! (sin pies ni cabeza)

Le tenía miedo a casi todo. Era un mundo lleno de ruido, ruido de teléfono, de impresora, de sellos, de voces que se enroscaban, de gente esperando, de cajones que se abrían, de lapiceras rasgando, de engrapadoras. Era una enorme bestia jugueteando lentamente con su boca, entreabriendo los labios en un puente de saliva, frágil, mórbido; chasqueando la lengua roja apenas contra el paladar, crujiendo los dientes. Lo acariciaba con suavidad predeterminada en el estruendo de la actividad de sus mandíbulas y quizás le cedía un espacio de silencio, sólo un segundo, para poder romperlo.
- Filipiuk, Filipiuk –lo llamaba, y él ni bola. Era todo para engatusarlo.
- Filipiuk, Filipiuk – y era una voz de mujer.
Filipiuk no hacía caso, se tapaba los oídos, aterido, cerraba los ojos. Le tenía miedo a casi todo. Y apenas respiraba, para no escucharse.
Entonces se le acercó. Portaba una cachiporra. Señor, lo llaman, es su turno. Le apretó el brazo, se paró. A Filipiuk no le quedaba otra. Se aproximó tremulante a su contador, como una vaca justo antes del marronazo.

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