Y después de todo el reconocimiento de lo extraño, no necesario, trivial, superficial, de todo eso (de todo), ¿qué queda (que te puedas atribuir)?
Tu cuerpo es lo único que está marcado. Imagina que te desollo y extiendo tu cuero blanco, mientras tus huesos reposan en un costado de amasijo de arterias y venas y músculo ensangrentado, y se eriza con dinamismo cinematográfico en un escalofrío que proviene desde el fondo de tus espaldas. ¿Cómo desollar un cuerpo? Supone que lo abro desde el frente como si de un zipper se tratara, y retiro lentamente cada una de las mangas, y despego con ternura cada una de las vértebras hasta la zona lumbar, y sigo por tus piernas, mis manos entre la epidermis y tu resto, separándolos desde un vacío creado ex profeso, despojándote de tu escritura mientras mi otra mano recorre lentamente por afuera, asegurando el paso lento, lento, pero seguro de mi tarea. Tus vellos tiemblan y se inclinan levemente con mi paso y sin que nos demos cuenta llegamos al pie, a los pies, y tus dedos se agarrotan en una contracción de miedo último. Y entonces, ya está, de pronto nos damos cuenta de que ya está, extendida en el suelo desnudo al lado tuyo, tus ojos que espían desorbitados en un rincón, una piel ofrecida sin reservas, estirada, sesgada, arrugada por sus propios medios a pesar de todo esfuerzo, todavía fresca, un pergamino humano escrito por el tiempo, todo eso que nunca supiste (quisiste) decir. ¿Qué queda, que te puedas atribuir? Tu piel está marcada, tiene un rasgón mal curado por cada crecimiento abrupto, el recuerdo de las tardes en bicicleta, de las mordidas, los veranos en el sol, las sequías del invierno; tu piel grita a voces el murmullo de lo que fuera la pubertad, las ganancias y las pérdidas; tiene el rastro de la elasticidad, del afianzamiento, la estabilidad, las catástrofes, silenciosas, largas como horas, fugaces como años. Tu piel, que sabe de los olvidos difusos y los manchones perpetuos, de la irrupción ajena, de su inviolabilidad… ¿qué queda, que te puedas atribuir? Tu piel, que sabe del marchitarse bajo una lamparita de 25 watts, mira cómo se reduce entre mis manos, se aja, se reseca, se agota y languidece, se arruga y envejece, se muere y se concentra y tozuda, permanece, se obstina en ser, sigue hablando ensimismada de tus miedos y rabias y amores y temblores y
¿qué queda, que te puedas atribuir?
1 comentario:
Tendría que revisar el ritmo. Pero después me fijo.
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