8 may 2011

Pescando grumos

- Está listo su recuerdo. ¿En qué formato va a desear archivarlo? ¿Texto, imagen, audiovisual? De acuerdo. ¿Quiere que recortemos los momentos vacíos? Reduciría así la extensión y el costo en un setenta por ciento y el recuerdo permanecería inalterable, asegurado. De acuerdo, entonces. ¿Quiere ampliar su combo por cincuenta centavos e incluir el trabajo de los mejores artistas del mundo a su pedido, resaltar detalles, cambiar el escenario, quizás por el Teatro Olímpico…? El embellecimiento es matemático, asegurado. Bueno entonces. Cinco pesos con cincuenta, pague y retire en la caja, que tenga un buen día.


Is the sound of distant drumming
Just the fingers of your hand?

En este momento me siento el Juan Carlos Pelotudo de la cocina. Hay un pilón de cosas por limpiar en la pileta, y sólo dos tazones de sopa en la mesa. Yamila se sienta al lado, está estudiando matemáticas, corre las hojas cuando llego con los tazones. Los dejo en la mesa y me siento, le digo “en este momento me siento el Juan Carlos Pelotudo de la cocina” por segunda vez en menos de cinco minutos, ella se ríe y me mira esperando algo que no registro. “¡Las cucharas!”, y se ríe más y va a buscarlas. Después procedemos a ingerir la sopa. “Está llena de grumos”, le aviso. Detesto los grumos. Detesto la sopa, también. No esa sopa instantánea que no es sopa, esa que es agua con saborizante y sobre la que fatídicos mails te prometen que produce cáncer, sino la sopa cremosa. A Yamila le pasa lo contrario, y como no había nada más sencillo que poner un poco de agua en el fuego, el contenido del sobre y revolver cada tanto, almorzamos sopa. Pero nos olvidamos de revolver a menudo y el resultado está ahí en la cocina, esperando.
Vuelvo (me fui en algún momento), Yami juguetea con la cuchara, revuelve, le puso queso mantecoso a la sopa. Estamos hablando de algo, de muchas cosas, del pasado, sobre todo, del propio y del familiar, de la facultad, de los días de escuela. Entonces empiezan a aparecer los grumos, gigantes, enormes, y cortando hasta la conclusión todo hilo del discurso, escucho:
- Me voy a deprimir.
En mi casa nos vivimos deprimiendo, estudiamos mucho. Pero la solución es rápida, fácil, superficial y efectiva:
- Te dije que estaba llena de grumos, ¿pero acaso merezco este trato?
Teatralizar, hiperbolizar, muy aleatorio y contextual, irrepetible, falto de gracia fuera del momento, ninguna conversación cotidiana soporta el paso al papel, a la película. Porque puedo escribir que ella se ríe, por alguna razón, y eso es lo que amo en Yamila, y cambia de tema y me pregunta:
- Che, ¿los grumos se comen?
Y que en la siguiente eternidad del momento en que la conversación llega a uno de esos remansos en los que no se necesita decir nada nos quedamos pescando grumos con cuchara, en nuestra isla de sopa y silencio dominguero, entre los canarios y los recuerdos destejidos y esas palabras que a la distancia son como un arrullo de paloma.
Y que esa eternidad se acaba, como todo, y que nunca termino mi tazón pero el suyo ya está vacío, y suenan los relojes mudos del deber, y ahora el pilón de cosas sigue en la cocina por limpiar, pero la mesa vuelve a estar llena de papeles, y ella bosteza de perfil con la mano sosteniendo el pelo que cae rubio al costado de la cara, y ya nadie habla, ni ríe ni se mira.
Y podría desgranar en tedio cada segundo de sopa, facultad, y callar y no conseguiría guardar la trascendencia de estos momentos vacíos de bufidos y matemáticas, de este tiempo joven de paso hacia el futuro (la carrera, el trabajo, el logro), de estos minutos olvidables, rutinarios, repetidos de ropa de entre casa. No hay nada que escribir para conservar estos momentos. Pía un canario, o canta, y suena el teclado, y más allá de eso está todo tan silencioso que se escucha el ruido de las uñas contra la cara, o las manos recorriendo los cabellos, o el paso de un camión allá en la ruta. Y cada uno de esos ruidos es una bomba en el discurrir cotidiano, y el sonido del aire saliendo de unas fosas nasales es atronador, pero no se escuchan, pero quién lo percibe. Y ella ahora está cansada, y mañana, cuando haya pasado su parcial, todo esto ya no va a importar. Los intersticios en la carrera circular hacia las metas, todo esto no es historia. Paradójico: es su único tejido.

2 comentarios:

jahidalgo dijo...

Fabuloso!!! Sólo una pregunta (indiscreta): ¿cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en este relato?

PD: Me mató ese "Che, ¿los grumos se comen?"

Gad dijo...

Ehr... en sentimiento, pura realidad. Y la pregunta esa fue formulada realmente. También hicimos una pirámide de grumos, pero su descripción habría sido contraria al buen gusto :P