Qué estupidez
sublime tener que morir,
qué insulto personal, qué sabor a intento vano
la languidez de tu cadera y el abandono de tu espalda
y el sol y el oxígeno y los quarks; qué ridícula
mi voz clamando enclenque mis mil posibilidades,
mi hambre por ser poco
mis ansias de eternidades,
y vos, mientras, dormís.
Qué estupidez, qué rabia,
me niego al estoicismo:
en mil rabietas va a chillar mi indignación,
oh, hereje otoño de hojas blandas
oh, mareas de insípido vaivén
oh, mis mil relojes
programados,
mi vida de opereta,
aquello que más amo,
verdor de ser efímero,
no quiero, me niego
al abandono,
a la muerte ni me
asomo,
dispénsenme el adiós.
(Qué estupidez, qué desperdicio
qué poca queja inútil,
qué apática impotencia,
qué cuánta gran excusa,
toda esta nadería y…
qué ganas de
abrazarte
huirle a esta desdicha y este rol.)
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