20 sept 2012

Sobre por qué nunca voy a licenciarme en Letras, parte V

En este intento de salvar al blog de su ciego encallar en la isla de botellas del medio del océano a la que van a morir los sitios que ya nadie visita, no solo me asaltan proyectos lúdicos, como las traducciones, o comienzos incipientes de cuentos que aún no le siento preparada para imaginar (Lo primero que pensó Marta, al mirar por el ojo de buey de la nave a Marte, y ver la Tierra y su anillo de satélites colgando como un huevo frito en el espacio, fue que en la pantalla del celular se veía mejor...), o parrafadas innobles que nunca verán la luz. También recorro viejos escritos y comentarios que, a veces, me interpelan. Es el caso de la serie a la que el título de este post refiere, y a la que, puesto que no quiero tocarla o suprimirla, porque la posición de entonces me sigue pareciendo comprensible, me gustaría responder, literalmente, desde otro lugar.

Quizás convenga comenzar con una contextualización: cuando escribí esas entradas estaba por terminar el profesorado en Morón, una universidad sobre la que, a pesar de todo lo bueno, había llegado a tener una visión muy crítica, y me encontraba en una disyuntiva que para mí no tenía mucha salida en ese momento: o seguir estudiando ahí para obtener una licenciatura que me permitiera seguir el camino de la investigación en Argentina, o abandonar los estudios de Letras. Lo veía entonces únicamente desde lo que eso representaba para mí, y tenía entonces, además, un profundo hastío: era un momento de reconsideración sobre las elecciones tomadas, y las posibilidades a futuro, y no me sentía muy optimista. Lo que decidí, en ese momento, fue renegar de lo hecho (la frase, que parafraseo, "si tuviera que elegir ahora, no estudiaría Letras") y empezar otra carrera que no tenía nada que ver, en la UNSAM. Estaba, además, en una diatriba contra lo que percibía como un menosprecio por parte de la gente que no había ido a instituciones privadas, que claramente me molestaba y a la que mucho no podía responder (excepto, quizás, "If you prick us, do we not bleed? if you tickle us, do we not laugh?"), porque compartía y comparto también la valoración de lo público por sobre lo privado. De ahí la caricatura del puaner, que tantas contradicciones me causaba.

Frente a eso, quisiera cerrar esa serie, que ahora me resulta un tanto incómoda, no con la censura fácil (borrarla del blog), sino con una suerte de posfacio.

Comencemos por lo anecdótico, un racconto de lo que pasó luego y que me trae al presente actual: una carrera ecléctica y que se dispara hacia muchos lugares y disciplinas distintas: Filosofía, Letras, Análisis ambiental, Filosofía nuevamente, Derecho... Cuando terminé en Morón hice dos años de estudios en la UNSAM, para aprender cosas que en la escuela no había visto (química, física, matemáticas). Después me mudé a Uruguay y me sumé a un plan de mi pareja, que quería irse a estudiar a Francia, y de pronto me encontré mandando postulaciones para la Universidad de París 8, de la que  nunca había escuchado hablar, pero que, me decían, era excelente. Creí que no me iban a tomar por no tener una licenciatura y por no saber francés, pero al final me aceptaron y hete aquí que de repente estaba en los pasillos de la universidad en Saint Denis tratando de aprender francés. Me acuerdo aún del momento en que tuve que hacer la inscripción administrativa: después de hacer una fila entre gente de nacionalidades distintas, me encontré frente a una señora que me interpelaba pidiéndome papeles. Entendía una frase sobre dos y chapuceaba muy mal francés: tenía tanto miedo de que me mandaran para casa por tener que pedir que me repitieran cuando no entendía lo que me decían... Todo salió bien, y después de eso hice un master en París 8 y ahora estoy haciendo un doctorado en Paris 13. Mi carrera académica es, en parte, producto de un deseo voluntarista y de pasar muchas horas sentada. Pero creo que en una inmensa parte existe gracias a profesores a los que quiero muchísimo, porque son un ejemplo de la tarea de pensar y grandes personas, pero también porque a los estudiantes nos daban un voto de confianza pidiéndonos más de lo que creíamos poder (invitándonos a ir a coloquios, a participar en coloquios, a escribir, pensentándonos personas), abriéndonos puertas (que no estábamos obligados a transpasar, pero que descubríamos que estaban ahí), guiándonos en la peripecia de encontrar financiamiento, y sobre todo, leyéndonos y haciéndonos preguntas. Esos encuentros, a veces, son una cuestión de suerte, que es algo también que juega un rol importante (o, como diría Ignatius Reilly citando a Boecio, la fortuna puede ser muy simpática, o muy taimada). No hablo, además, de lo importante que fue mi pareja, porque es evidente que sin su motivación inicial yo no había emprendido el viaje, ni de lo fundamental que fueron los amigos. 

En fin, me di cuenta cuando ya estaba cursando que la política de París 8 era, como entiendo ahora, apostar a la capacidad del estudiante, y no hacer un cálculo basado en la elección de lo seguro: por eso no pedían nivel de idioma, o las condiciones de inscripción eran tan accesibles (esto ha cambiado, en parte, por políticas gubernamentales, y, sobre todo para los extranjeros, todo se ha vuelto más difícil después del infame "Bienvenue en France, que aumentó los costos de inscripción). Y ahora, cursando en París 13, me doy cuenta de lo diferente que es París 8 con respecto a otras universidades: por ejemplo, en París 13 los doctorantes no son, en general, invitados a participar en coloquios junto a profesores, e imagino que pasa menos aún con maestrandos. 

Volviendo a la serie: me desdigo de lo que dije sobre que no estudiaría Letras. Creo que el miedo por el futuro económico me ganó en ese momento, y que estaba pensando de manera muy sesgada. Sigo considerando, sin embargo, que es posible aprender de manera autodidacta. Pero una carrera académica no se trata solamente de aprender, sino también de estar frente a otro, de responder ante otro, de dialogar con otro. Y aunque la tarea de pensar puede darse en otras facultades, las Humanidades son particularmente propicias a la problematización de certezas, de prejuicios, de discursos naturalizados, por más pequeño que sea el pasillo del que hablaba en post anteriores. Por otra parte, pensar el estudio en función de la salida laboral que pueda suponer, significa reducirlo a una lógica instrumental en función del rédito económico que pueda permitir. Es ese un discurso habitual, que da forma también a los planes de estudio en la educación primaria y secundaria, y que resulta bastante nefasto. En el momento en el que escribí los posts me adentraba en la docencia, no tanto por voluntad sino por necesidad económica, cargando encima con los prejuicios que pesan sobre la labor docente (y que mis alumnos repetían: recuerdo una vez que un chiquilín me dijo: "profe, usted es joven, ¿qué hace dando clase? Vuelva a estudiar). No es ocioso señalar que, pese a lo bastadeada que pueda estar la labor educativa, esa interacción con el otro puede ser, no solo riquísima, sino también gratificante. Hay que añadir a eso el hecho de que hay otras miles de cosas que uno puede hacer como trabajo (corrección de estilo, redacción, clases lengua para extranjeros... o trabajos no relacionados con los estudios). En suma: la vida es caótica y nuestro mundo de capitalismo financiero, que hace de tanta gente seres "desechables", lo propicia aún más. Si el estudio puede ser un espacio de emancipación, el criterio instrumental aplicado a la elección no sólo desvirtúa el sentido de la elección, sino que lo contradice.

En cuanto al tema de si licenciarse o no... claramente yo hablaba de algo muy específico en un momento muy específico, y viniendo a estudiar a Francia salté por encima todo el embrollo que veía. Evidentemente, es difícil que me licencie en Letras ahora, pero eso no importa. Recuerdo, a todo esto, otra situación en París 8. Estábamos con Belén, una amiga uruguaya, sentadas en las escaleras, conociéndonos. Estábamos en primer año de maestría, yo tenía 25 años y ella algunos menos. Ella me decía sus planes: estaba haciendo dos maestrías a la vez, en París 8 y en otro lado, tenía planeado irse de intercambio a Brasil, me decía que quería hacer un doctorado... Por mi parte, yo tenía un pasaje para volver a Argentina (había sacado un pasaje ida y vuelta por si todo salía mal) y estaba llena de dudas. Creo haberle dicho que no quería seguir estudiando después del master, que no me interesaba la carrera académica, o que me parecía elitista... No se trataba tanto de un discurso anti-intelectualista, sino de un rechazo a la institución, por una parte, por todo lo que la institución es (y que se agrava a medida que pasan los años, al menos en Francia: una lógica efectivamente elitista pero no necesariamente meritocrática, la elección de estudiantes con criterios económicos, la  eventual elevación del precio para la inscripción que afectaría el principio de gratuidad de la educación que garantiza una igualdad de acceso), y por otra parte, en parte, en tanto me sentía inadecuada para la institución: una voluntad de no jugar el juego de los concursos y de las becas y de la competencia académica, algo así. Ahora Belén vive en Brasil y hace teatro, y yo hago un doctorado en estos lugares fríos. Y el doctorado, a pesar de toda la importancia que yo pongo en eso, en definitiva para el mundo no importa mucho, y para el futuro no garantiza nada, y sigue estando sujeto a la misma contingencia que rodea nuestra estadía en la tierra. E igual, en su potencial inimportancia para los demás, a mí me importa, porque me interesa terminar mi investigación, y lo que estudio me parece problemático, y hay preguntas que no tienen respuestas o tienen muchas, y otras que aún no sé cómo formular.

Esta entrada es demasiado larga y muy prosaica, pero creo haber respondido a lo que me interpelaba de las anteriores. Si hay alguna moraleja, es que el mundo es muy caótico, la vida muy contingente, y si de estudios se trata, lo mejor es elegir lo que a uno le interesa. Y también (algo que yo no sabía en ese momento, a pesar de todas las clases sobre el viaje del héroe que tuve), que siempre hay otros lugares en donde probar fortuna, o seguir aprendiendo. El recorrido depende de cada uno, de los amigos y de la suerte; a veces sólo hay que animarse a saltar a la pileta.

FIN



Diciembre de 2020

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