El hombre es consciencia de sí. Es consciencia de su realidad y de su dignidad humanas, y es en esto que difiere esencialmente del animal, que no sobrepasa el nivel del simpre sentimiento de sí. El hombre toma consciencia de sí en el momento en que, por primera vez, dice: “Yo”.
Kojève, Introducción a la lectura de Hegel
dejaba entrar un hilo de claridad de la calle
que resbalaba sobre tu nariz. Me decías
soy presa, el mundo es
el hombre es
el lobo del hombre
el hombre del morbo
yo soy
presa.
Las piernas flaquísimas bajo la sábana
..............– florcitas pálidas, lino blanco –
como la lánguida continuación temblorosa del llanto.
El cuarto se ahogaba entre los muebles, demasiados
demasiado grandes, la cama inmensa;
ocupabas apenas un borde y en medio
nos embargó el vahído, el gesto de
pedir la explicación, dar consuelo, frenar el dolor
incomprensible, el discurso pánico
horrible, de miedo y hiel.
Me arrojé sobre vos para cubrirlo
el hálito amarillento, para callar
todo ese desprecio que comenzaba a bañarnos con la autoconmiseración
lo tapé en el abrazo
humillándote
cavando un foso en el momento mismo
de fundación de un reconocimiento
de un autorreconocimiento.
Bajo la sábana húmeda, quieta, te acaricié la mano flaca
y el deseo triste y vergonzoso del deseo
se alzó como un muro tibio e imposible
en un momento de incomprensión en el medio de la cama.
Un corte de pestañas
disuadido el deseo quebró el abrazo
y se derrumbó, aniquilado
cuando te retrajiste lastimada
y lo negaste
y la línea de la quijada
relumbró bajo el claror sombrío del ojo de la calle.
Afuera ahullidos, los gritos de la noche
los postigos cerrándose
comulgando en el temor,
las sombras.
Ya no volvimos a hablar, respondía
la pasividad cualquier asomo de preguntas.
¿No podemos perdonar el dolor?
Un animal puro y hermoso
ocre, violento, brillante
nos mira indiferente, entrecruza
suavemente las piernas al dar un paso
y se pasea en las sombras del cuarto
desdeñoso, inalcanzable.
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