18 jun 2024

De la educación, del mérito y del trabajo (en el marco del doctorado francés)

I. El momento de ascenso de las derechas

Hace una semana tuvieron lugar las elecciones europeas en Francia. Votó la mitad del electorado. De esa mitad, un 30% votó a la ultraderecha. Se dice que habría sido, por lo tanto, la gran ganadora de las elecciones. Un 23% de los votantes dieron su voto al partido socialista o a la izquierda, y menos de un 15% votó por los candidatos alineados con el partido del presidente francés. La noche del domingo, en respuesta, el presidente decidió disolver el parlamento y llamar a nuevas elecciones. Aunque unas elecciones europeas no son equivalentes a las elecciones legislativas, en Francia están todas las alarmas encendidas ante el riesgo de que los franceses decidan otorgar nuevamente su voto a la ultraderecha. Parte de la derecha decidió aliarse a la ultraderecha, las izquierdas y el partido socialista conformaron un frente que busca revivir la memoria de aquel que gobernó el país en la segunda mitad de la década de 1930, antes de que se desatara la segunda Guerra Mundial, y los periodistas aún escrutan las razones por las que el presidente decidió tomar esa decisión.

Un gobierno de la ultraderecha en Francia, tal como en otros países, podría tener un impacto negativo para la educación. Al racismo y la xenofobia que dificultarían los intercambios culturales, se podría sumar un programa políticamente conservador y antidemocrático, que diera lugar a la pérdida de autonomía y a una potencial persecución ideológica de los enseñantes[1][2][3][4].

II. Dos carreras de investigación

El domingo hubo una manifestación contra la ultraderecha racista en Francia, a la que acudieron mayoritariamente franceses que votan a la izquierda. V., un amigo que escribe una tesis sobre los campos de migrantes, festejó su despedida después de la manifestación. Su financiamiento de tres años se terminó hace unas semanas, así que ahora se va a Alemania para hacer trabajo de campo y para no pagar los precios parisinos. Después se queda con una beca en Alemania, y luego planea volver a Francia para cobrar el seguro de desempleo. Espera poder conseguir inmediatamente un contrato temporal de enseñante (de ATER: attaché temporaire d'enseignement et de recherche) y con ese financiamiento, terminar de escribir su tesis[5]. No hablamos de ningún plan alternativo, pero en tanto no defienda la tesis, va a poder dar clases como precario (acá se dice vacataire) en la universidad, aunque las horas no estén bien pagas y no sirvan para vivir. Si tiene estatuto de estudiante no van a pedirle que demuestre que tiene otro trabajo que le asegura las condiciones de existencia (ser estudiante es considerado como su trabajo).

A la despedida de mi amigo fueron su compañera de piso, otras personas que hacen doctorados o que trabajan en torno al tema de la inmigración, y su amiga C., a la que conoció mientras cursaba la licenciatura.

C. estaba sentada a mi lado así que hablamos bastante. Había sido doctoranda de sociología pero abandonó su tesis en el segundo año. Eso le supuso renunciar a sus condiciones de vida (tenía un contrato por cuatro años, buen salario, alojamiento pago, y no sé cuántas cosas más), pero sobre todo, me dijo, le supuso abandonar su identidad: siempre había pensado que cuando creciera iba a ser investigadora, su vida había sido un camino que lo destinaba a llegar a ser investigadora. Había completado todos los pasos exitosamente, pero al poco de comenzar se dio cuenta de que hacer la tesis no era lo suyo: "no era lo suficientemente disciplinada, prefería hacer otras cosas". No me contó nada de su investigación, solo dio a entender que no había estado a la altura de su ideal del yo, que asociaba a la idea de un trabajo futuro. Se deprimió horriblemente. Pero era joven y se reconvirtió. Ahora trabaja en marketing para una multinacional. Acepta que hay alguna incongruencia ideológica, pero dice que no es una petrolera ni una que rompa demasiado el medio ambiente, y que le pagan bien. Que ahora tiene más ganas de leer libros de sociología que cuando estaba en el doctorado.

III. Del derecho a la educación y la educación para el trabajo

En Francia la educación es un derecho. Hay disposiciones que protegen la obligatoreidad, laicidad y gratuidad de la educación primaria (y el rol del Estado para asegurarla) desde el siglo XIX, y en 1946 el preámbulo de la constitución de la IVta República se encargó de incluir la instrucción dentro de los derechos políticos y sociales: "La Nación asegura al individuo y a la familia las condiciones necesarias para su desarrollo [...]. La Nación garantiza la igualdad de acceso del niño y del adulto a la instrucción, a la formación profesional y a la cultura. La organización de la enseñanza pública, gratuita y laica en todos los niveles es un deber del Estado"[6]. Si bien el carácter normativo de los preámbulos siempre fue algo sujeto a discusión, desde 1971 en Francia se reconoce valor constitucional a la totalidad de los documentos citados en el preámbulo de la Vta República[7], entre los que figura el preámbulo de la IVta República y el mentado derecho a la educación. No me especializo en estos temas, pero creo entender que si le creemos al preámbulo de la constitución francesa de 1946, el derecho a la educación en todos sus niveles tiene valor constitucional.

Con todo, viendo cómo funcionan las cosas a nivel administrativo en este país, me da la impresión de que la educación superior está sobre todo considerada como un trabajo (y como un gasto). 

No es algo exclusivo: todo niño que entra en la escuela te dice, cuando le preguntás qué hizo durante el día, que trabajó. Decir que uno estudia no es habitual: el estudio escolar es un trabajo. De hecho, las pasantías escolares, pensadas con el fin de que el menor se haga a la idea de cómo funciona el mundo del trabajo, tienen lugar desde el último año del collège y en algunas ramas del lycée (en Francia, por lo pronto, hay tres niveles: la école élémentaire, que iría de los 6 a los 10 años, el collège, de los 11 a los 14 años -momento de la pasantía-, y el lycèe, de los 15 a los 17; dos concursos, al final del collège y del lycèe, sobredeterminan el futuro educativo y profesional de los púberes). En suma, la educación secundaria está pensada y es vivida en gran parte en función del trabajo y para el trabajo, y es determinante para los estudios universitarios. 

Si la educación, más allá (o más acá) de ser un derecho, es pensada sobre todo como una apuesta en pos del trabajo y del desarrollo económico del país, y como un gasto, se vuelve, ante la competencia mundial, el objeto de reformas que no están necesariamente orientadas en torno al bienestar y la formación de los que habitan el país, sino que apuntan a la maximización de un recurso económico. En este sentido, fueron adoptadas recientemente en Francia varias reformas educativas. A las orientadas hacia la trasformación de la educación primaria y secundaria[8][9][10][11], se suman las que están relacionadas con el acceso a la educación superior: la ley de reforma del bachillerato y del liceo de marzo de 2019, que introdujo el "dispositivo" Parcoursup[12][13], el decreto "Bienvenue en France" de abril de 2019, que estableció precios de inscripción diferenciales para estudiantes extracomunitarios[14][15][16], y más recientemente, la ley de inmigración de 2024, que finalmente fue parcialmente censurada por el Consejo Constitucional, y que también avanzaba sobre el derecho de educación de estudiantes no europeos[17][18]

Estas reformas han hecho que en Francia, llegar a hacer unos estudios universitarios por los que se sienta interés se haya vuelto más difícil para todos, en general, y mucho más caro para los extranjeros, en particular: si la selección para el acceso a la universidad (en el nivel de licenciatura, pero indirectamente también de máster) antes dependía de la universidad, desde la reforma del bachillerato y del liceo de 2019 y la implementación de la medida Parcoursup, la delimita mayoritariamente un algoritmo, lo que dificulta el acceso (muchos de mis estudiantes de primer año de licenciatura me cuentan que terminaron en esa carrera porque los mandó el algoritmo, pero que en cuanto puedan piden un cambio de disciplina). Los precios de inscripción "módicamente" diferenciados para los extranjeros extracomunitarios[19], si hubieran estado en 2014, nos habrían impedido venir (sobre todo teniendo en cuenta que, independientemente de la inscripción, todo estudiante no europeo tiene que probar, para obtener un titre de séjour de estudios, que puede sobrevivir, lo que significa demostrar recursos suficientes en la cuenta bancaria). En suma, las reformas son funestas, para los estudiantes franceses, los europeos y los extracomunitarios.

Pero no pretendo hablar acá de toda la educación superior francesa, sino del doctorado. Así que voy al punto. 

IV. Del doctorado en Francia (et ailleurs)

En Francia, con un diploma de máster se puede acceder a todos los concursos para la función pública. Con la inflación de diplomas, tener cinco años o más de estudio después del bachillerato (del diploma del secundario) parece poco, pero el de máster es el diploma que permite acceder a todo trabajo. En teoría, en la licenciatura (3 años, después de la reforma del proceso de Bolonia[20]) y el máster (dos años, que se culminan con la redacción de una tesina o con una pasantía profesional) se cursan los módulos que permiten tener la formación teórica necesaria para diplomarse en una disciplina. En el nivel de doctorado, al menos en Francia, hay formaciones prácticas obligatorias (sobre la violencia de género y otras cosas), pero no clases (aunque seguir clases es una forma adecuada para obtener parte de los créditos universitarios necesarios para poder defender la tesis). 

Entonces, ¿qué es un doctorado? Si lo definimos en relación con los otros dos ciclos de estudio universitario, el doctorado es el tercer y último ciclo, y la diplomatura de más alto grado que se puede lograr en un campo de estudio. El doctorado está principalmente orientado hacia la investigación, y podría decirse que amén de ser una profundización en un tema de estudio particular (una forma de especialización, en cierta manera: el doctor es un especialista en su tema de estudio), es una formación en la práctica de la investigación, que se realiza efectuando una investigación en un marco más o menos tutelado. Así, un decreto del 7 de agosto de 2006 relativo a la formación doctoral la define como "una formación, a través de la investigación, en la investigación y en la innovación" que "constituye una experiencia profesional de investigación"[21]. Es decir que el doctorado se presenta como una instancia híbrida: por un lado, el doctorando es un estudiante (el doctorado es una etapa de formación), por otro, su práctica de formación supone la efectuación de un trabajo intelectual (su investigación, que se concretiza en la forma de una tesis) cuya culminación lo valida como investigador. 

En la práctica, para un doctorando, el doctorado es fundamentalmente un tiempo de estudio autodidacta y de trabajo sobre textos, archivos o datos obtenidos a partir de un trabajo de campo, individual o colectivo, que le permite redactar una tesis, es decir, un texto coherente y cohesivo que sostiene y demuestra (o no) una hipótesis sobre un tema dado. Paralelamente, es un tiempo en el que se supone que el doctorando participa en algunos coloquios y escribe algunos artículos relacionados o no con con su tesis, y conoce gente, para "armar una red" que le permitirá hacerse conocer y encastrarse en el ámbito académico o no académico (es decir, para favorecer su posterior "inserción profesional": la inquietud por la inserción profesional de los doctores es una constante para las universidades, y gran parte de las formaciones y requisitos que se le exigen al doctorando están relacionados con maximizar las posibilidades de que esta se realice adecuadamente[22]). Incidentalmente, y en relación con esto último, el doctorado es un momento en el que el doctorando se prepara a la idea de que no va a conseguir trabajo en la academia y de que va a tener que buscarse la vida más allá de la universidad (si aún no lo hace): las chances de volverse funcionario de la educación universitaria en Francia son mínimas[23][24], ser contractual es apenas más fácil y no asegura una estabilidad laboral; vacataire, bastante fácil pero hay que demostrar que uno tiene un trabajo que le asegura las condiciones de existencia aparte, porque la universidad no quiere ser la principal responsable de producir precarios (aunque los vacataires representan más de la mitad del personal de la enseñanza en el sector universitario[25][26]).

La forma en la que se desarrollan los estudios de doctorado en Francia hunde sus raíces al menos desde principios del siglo XXI, momento en el que comienzan a adoptarse las leyes que dan lugar a la entrada masiva de las empresas en el financiamiento de las universidades, al recurso a personal precario (no titular: con contratos temporales en el marco de un contrato doctoral,  un contrato ATER, o vacataires que no disponen de los derechos reservados a los titulares o a los contractuales), a la separación de la enseñanza respecto de la investigación, al endurecimiento de las condiciones de inscripción de estudiantes, a la adopción de la idea de que es una misión de la enseñanza la “inserción profesional”...[27][28][29]. Las medidas sucesivas siguieron profundizando esta tendencia a organizar la universidad francesa, no tanto en función de un objetivo orientado al saber y la formación, sino más bien destinado a garantizar su atractividad y productividad en un marco de competencia internacional. Podría entenderse que este remplazo de la finalidad educativo-académica de la universidad en función de una primacía de su función profesionalizante es lo que hizo que se volviera una “antesala de los recursos humanos”[30]

En el plano del doctorado, estas reformas francesas tuvieron efectos muy concretos. El primero, que marca una clara diferencia con el caso latinoamericano (en donde, tengo entendido, muchos financiamientos para los estudios superiores se dan el el marco de becas que a veces no otorgan un derecho a la salud, aportes patronales u otros "beneficios" asociados al mundo laboral), y que está inmediatamente relacionado con la introducción por la ley del 18 de abril de 2006 de la idea de que la preparación del doctorado constituye una experiencia profesional[31][32], fue la implementación del contrato doctoral. Destinado a "fomentar la formación en la investigación a través de la investigación en el nivel de doctorado de los diplomados de la enseñanza superior y facilitar su orientación tanto hacia actividades de investigación como hacia otras actividades de la economía, la educación y la cultura"[33], el contrato doctoral es un contrato temporal de trabajo, de una duración de 3 años, que le otorga al doctorando la totalidad de los derechos atribuidos a un contractual de la función pública. Si el doctorando realiza, además, una misión de enseñanza, su salario se incrementa considerablemente. A la par del contrato doctoral, existen otros contratos y covenciones de derecho privado que suponen que el financiamiento de los estudios doctorales sea realizado por empresas[34][35], entre otras fuentes de financiamiento. Así, actualmente, en Francia, aproximadamente 3 de cada 4 doctorandos inscriptos en primer año disponen de un financiamiento para realizar la tesis[36], aunque la proporción de doctorandos contractuales es altamente desigual entre las disciplinas: quizás porque las formaciones doctorales deben "tener en cuenta las necesidades de la política nacional de investigación e innovación" y se guían por el interés del mercado[37], mientras que en las ciencias duras entre un 97 % y un 86 % de los doctorandos disponen de algún tipo de financiamiento, solo uno sobre dos de los doctorandos en ciencias humanas y sociales lo hacen[38, pp. 46-47][39].

En segundo lugar, esta forma de concebir la educación superior hace que en Francia aceptar a alguien en doctorado sea concebido cada vez más como una apuesta, no necesariamente porque se financien los doctorados o porque demostrar un financiamiento sea un requisito para inscribirse (que lo es), sino porque un doctorando aceptado supone otro que no lo será, debido a que el número de doctorandos que cada profesor puede aceptar es limitado (según el artículo 16 del decreto del 25 de mayo de 2016,  el consejo de la Escuela doctoral tiene la potestad de fijar el número máximo de doctorandos que pueden ser dirigidos por un director de tesis[40]; la ley de programación de la investigación de 2020 insiste en la importancia de "limitar el número de doctorandos dirigidos por su director de tesis para garantizar la calidad de sus trabajos y ofrecerles un mejor apoyo para encontrar un empleo después de la tesis"[41]).

En tercer lugar, quizás porque se entiende que aceptar que alguien haga un doctorado es hacer una inversión (financiera o humana), y que se debe asegurar entonces que este gasto produzca un rédito, se privilegian los proyectos de tesis cuya realización sea vista como indudable, por sobre otros más riesgosos o potencialmente vistos como inútiles (lo que puede suponer la pérdida de proyectos de investigación originales o más creativos, pero poco seguros). Esto resulta particularmente evidente en los jurados destinados a otorgar contratos doctorales (el speech tiene que ser perfecto y demostrar que uno ya ha terminado la tesis, aunque aún no sepa ni de qué va a ir), pero es algo que puede observarse también cuando uno le pregunta a un profesor si puede dirigir su tesis (el profesor puede considerar el valor de aceptar un doctorando considerando si su tema de estudio se adecúa a lo que busca como perfil de estudiante).

Finalmente, la comprensión de los estudios de doctorado como un recurso económico derivó también en la atribución de tiempos breves para la obtención del retorno de la inversión. En Francia se espera que los resultados del financiamiento sean rápidos: el contrato doctoral dura un máximo de 3 años (siguiendo el promedio de tiempo de estudio en las ciencias duras, aunque en ciencias sociales y humanidades el promedio de años de estudio sea de cinco años o más), con una derogación de dos o tres años, y sin financiamiento los estudios no pueden durar más de seis a ocho años con derogación. Puede parecer mucho, pero para la que antes era la obra que sintetizaba lo aprendido a lo largo de una carrera de enseñanza e investigación, es poco, sobre todo si tomamos en cuenta los cambios en el acceso a la información: con la cantidad de información que circula y que está a disposición de los investigadores actualmente, hacer una buena tarea de investigación podría demandar mucho más. 

Esto nos lleva a una conclusión deprimente: el doctorado ya no el diploma que reconoce la creación de la obra culminante de un profesor que combina una tarea de enseñanza y de investigación que se retroalimentan (enseñanza e investigación eran dos términos que no estaban separados: mis profesoras, cuando cursaba la licenciatura en Argentina, eran en su mayoría doctorandas desde hacía años, y superaban todas los cincuenta años; actualmente en Francia los jóvenes doctores tienen en promedio 31 años y no son necesariamente funcionarios de la educación media o superior[42, p. 43]), ni es el grado otorgado por la redacción de una obra total, sino solo una piedrita en el camino de posdoctorados y contratos precarios que llevan a la confirmación de la identidad del investigador (para citar a aquella ex doctoranda a la que he llamado C.). La perspectiva con la que se lo piensa es profesionalizante, y la consigna parece ser que al que quiera celeste, que le cueste (pero sobre todo, que atraiga inversiones o produzca un rédito económico). A nivel estratégico, mejor si la obra de la vida se extiende en una o dos tesinas de maestría de cien páginas, una tesis de doctorado de no más de trescientas, varios artículos de diez a veinte, algunos postdoctorados con artículos aceptados en revistas certificadas en las que a menudo hay que pagar por publicar, y así ad infinitum. Si sos un crack y conseguís hacer un buen trabajo en medio, genial, pero lo que importa es producir y publicar, juntar papelitos, acumular puntos para la competición de producción de conocimientos en el mercado de conocimientos internacional.

V. Algunas formas de mala fe y de cinismo estudiantil

Parecería haber un cierto malestar entre los doctorandos en Francia. Los que no tienen financiamiento, tienen que trabajar para vivir, y dividen su vida largos años para asegurar la subsistencia, por un lado, y escribir la tesis, por otro. Muchos sacrifican la vida familiar, o abandonan la tesis cuando deciden tener hijos[43][44]. Otros se deprimen por la soledad, por las condiciones de estudio/trabajo, o por no sentirse a la altura de la apuesta, y luego, por deprimirse[45]. Algunos consiguen estudiar y trabajar a la vez, pero se les complica. Los que tienen financiamiento, por su parte, también se ven afectados por esos temas, pero además se quejan de que no es suficiente. Si no dan clases en paralelo, cobran un poco más del sueldo mínimo; si dan clases, están mejor pero trabajan mucho. Alguno me ha dicho que, haciendo el cálculo de lo que trabaja, considera que cobra por hora de enseñanza menos que el sueldo mínimo. No sé si es estrictamente cierto, pero es posible, porque ese es desde hace años un reclamo de los vacataires[46][47].

V., en discusiones a la vera del canal del Ourcq, me dijo varias veces que debe considerarse que el doctorando-investigador, como proletario intelectual, realiza un trabajo intelectual que supone potencialmente un rédito para el Estado o el mercado, y que ese trabajo debe, por lo tanto, ser adecuadamente remunerado. Muchos conocidos doctorandos piensan lo mismo. Los más piensan que todos los que hacen ese trabajo deberían tener una remuneración, que es una pena que no sea así, que el Estado debería incrementar las inversiones en la educación superior, y no le dan muchas más vueltas al asunto. Algunos más "realistas" indican, sin embargo, que no todos pueden cobrar por su trabajo: si bien la proporción de la población que llega a hacer un doctorado es mínima, las recetas públicas no permitirían que todos recibieran un financiamiento; entonces la clave está en tener un proyecto que sea lo suficientemente atractivo como para conseguir un financiamiento privado, pero este financiamiento no solo impone condiciones, sino que también es finito. Por lo tanto, porque que haya gente que trabaje gratuitamente está mal (y porque consideran que el mercado ya está lo suficientemente saturado de doctores), los "realistas" dicen a veces que quizás no todos deberían hacer ese trabajo. O si lo hacen, no todos deberían tener el estatuto de doctorando-investigador. V., aunque pocas veces me lo dijo abiertamente, parece estar del lado de estos últimos: dentro de un modelo de competición intelectual (capitalista), considera que la educación superior en el último grado de la formación superior debe asegurar un financiamiento (primero) y un trabajo (después), y acepta, ya que el recurso es finito, que los que accedan a la educación superior deban ser pocos. 

Esta visión descarnada del asunto, que llega a sacrificar derechos ajenos por pura interiorización de la lógica del capital, no es aceptable para todos, pero tratar de conciliar el privilegio de disponer de un contrato doctoral (sobre todo cuando se cursa una tesis en humanidades) con la existencia de muchos colegas que no tienen ningún financiamiento puede llevar a otras formas de autojustificación. Por ejemplo, un amigo avezado en el arte de ganar concursos, que ahora goza de un ATER encadenado tras un contrato doctoral, interpreta que en eso hay un mérito, y que si otras personas no los ganan, será porque su labor no está tan bien, o su disciplina de trabajo no es tan buena. Ser precario, en suma, para él es ciertamente un problema del capitalismo, pero sobre todo responde al carácter y a la actitud. Si querés celeste, just do it.

En este sentido, podría decirse que las reformas en la enseñanza superior dan forma a la manera en la que los doctorandos piensan su trayectoria académica pasada o por venir, y la forma en que esta debería tener lugar para otros. Produce una defensa de la propia posición en el marco de burda competición académica, racionalizaciones para reafirmar que se trata de una meritocracia cuando los beneficia, defensa de los derechos adquiridos, utopismos y realpolitik.

VI. ¿Hacer un doctorado es o debe ser un derecho?

En síntesis, en las discusiones de café con amigos universitarios, parecería a veces dibujarse una especie de falsa oposición (que proviene probablemente de la naturaleza híbrida del doctorado en Francia) entre el derecho a percibir una remuneración por el trabajo realizado y a gozar de buenas condiciones laborales, y el derecho a acceder a la educación en todos sus niveles. 

Si en general nadie niega el derecho a la educación, a veces sí se lo subordina, o se considera que el doctorado no es tan importante para el ejercicio de ese derecho como, digamos, la educación primaria o secundaria. Así, como he tratado de mostrar, la defensa del derecho al reconocimiento del trabajo realizado (del valor de hacer un doctorado como trabajo intelectual, y no como mera actividad de placer), cuando se da en el marco de una consideración del doctorado en función del trabajo, y en un contexto en el que la educación es pensada desde una lógica de mercado e instrumentalizada con el fin de asegurar un buen posicionamiento del país en el mercado de competición internacional, lleva a ciertas formas de mala fe o de cinismo estudiantil. Algunos adoptan y juegan desde esa misma lógica, a veces en detrimento de los derechos de los otros (por considerar que así es cómo funciona el mundo, que no hay alternativa: en plena concordancia con un cierto cinismo neoliberal); otros tratan de conciliar las buenas intenciones con la aquiescencia de la desigualdad aceptando que el mérito sirva como criterio para la justificación de esta última: una actitud más generalizada que se debe, quizás, a una cándida ignorancia (porque el mérito, si lo pensamos en función de parámetros estrictamente ligados a la calidad de la investigación y la enseñanza, es decir, tomando la educación como fin, se presenta, al contrario, como secundario respecto a otros criterios más prosaicos) o a una dolorosa mala fe (que puede afirmar que hay mérito porque lo define en función de las condiciones que el financiamiento exige, en un círculo de retroalimentación ideológica donde ser bueno y meritorio es tener éxito).

Podría pensarse que todo esto son discusiones ociosas entre gente que conforma una pequeña élite intelectual: al fin y al cabo, al doctorado, en Francia, llega menos de un 0,15% de la población (unos 70.700 inscriptos en doctorado -franceses y extranjeros confundidos- para una población total de alrededor de 49.350.000 franceses mayores de 22 años en 2022[48][49]). Pero como en otros casos, lo que pasa en un pequeño sector de la enseñanza puede dar cuenta de lógicas más generales, y responde asimismo a prácticas y políticas públicas: así, si bien el gobierno francés dice proponerse que aumente el número de doctorandos, las políticas que se han adoptado funcionan como un disparo en el pie, porque no propician más que la disminución de este número[50]

En suma, hay una inversión: si que se llegara a reconocer la labor del doctorando como trabajo permitió, en la práctica, ampliar derechos al menos para algunos, actualmente la desfinanciación y el deterioro de la enseñanza superior, el aumento del trabajo precario como recurso estructural de la educación universitaria, la precariedad estudiantil y el marco de competencia que se promueve con la promesa de obtener oropeles bajo la idea de que eso genera creatividad, cuando lo que produce es un mayor individualismo y la destrucción del trabajo colectivo que permite que la educación sea de calidad y cumpla un fin social, van en detrimento del derecho a la educación. El problema, como escribí anteriormente, radica en la lectura instrumental de la educación. Pensarla en función del trabajo da lugar a que se subordine o se abandone la consideración de la educación en todos sus niveles como un derecho. Abre la puerta a que programas como los de la ultraderecha francesa (que plantea el establecimiento de grupos diferenciales en función del rendimiento de los alumnos, para que los mejores sean orientados a la enseñanza general y tecnológica y los peores, al aprendizaje de oficios[51][52, p. 12]) puedan comenzar a ser considerados como razonables.

Para concluir, es cierto que escribir una tesis supone un trabajo intelectual. Toda labor creativa lo es. Y todo trabajo, intelectual o manual, debería ser adecuadamente retribuido para permitir condiciones de vida dignas y un desarrollo individual y colectivo que permita la libre exploración de las propias capacidades, porque nadie debería estar condenado a padecer el trabajo. Para eso, es fundamental el acceso a la educación en todos sus niveles, incluyendo el de doctorado. 

Pero garantizar este acceso no requiere solamente asegurar un buen financiamiento de las instituciones, condiciones de vida dignas para los estudiantes o su inserción laboral (otra forma de financiamiento a posteriori que obsesiona a los ministros franceses de la educación superior). Sería necesario también salir de la lógica con la que se piensa actualmente la investigación como algo separado de la enseñanza y realizado incluso en detrimento de la enseñanza, hacer que las bibliotecas, las universidades y ciudades universitarias sean espacios realmente abiertos (eliminando las fronteras que se extienden sensiblemente en el tejido urbano, como muestra, por ejemplo, la reciente construcción de la isla urbana que representa Campus Condorcet, polo de investigación en ciencias sociales y humanidades que concentra a investigadores de distintas facultades aislándolos de las universidades de proveniencia y del barrio que los rodea), promover la estabilidad laboral que permite la creación de proyectos colectivos en lugar de la precaridad que promueve un cierto desinterés individualista, rebatir la construcción de la investigación sobre la base de la competencia, comprender la producción del doctorando como una obra a venir y no como una mera apuesta productiva... Sería necesario salirse, en suma, de la lectura utilitaria de la educación en todos sus niveles para afirmarla como un fin en sí mismo y un derecho.

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