Otto llora. Llora en el baño mientras hace pis. Llora cuando tira la cadena. Llora cuando se lava las manos. Llora cuando avanza a la bañera con el pito flojo de llanto. Llora mientras lava los platos, mientras ve el río desde alguna ventana, mientras saca agua del dispenser. Llora mientras ve llorar a Alicia en la tele, y un gato riente se estrella contra un vidrio roto. Llora sobre los perros y entre los paraguas, bajo la colcha y en el almacén, y baldea las calles con llanto. Llora camino al trabajo. Llora para dormirse. Llora. Llama a la gente llorando.
Lo vemos llorar en una esquina. No nos preocupamos demasiado por averiguar cómo sucedió. La gente llora. La gente cree tener el corazón roto y va por ahí rogando consuelo, meneándose en un asco de llanto. Otto sólo supo llevar eso a un extremo. Mientras la gente encuentra otros motivos potenciales de llanto que hasta el momento de quiebre los mantienen contentos, Otto se niega, y llora. Su llanto, continuo, eventualmente olvidó los alaridos para convertirse sólo en un silencio húmedo. Nuestro lugar ameno en las ciudades es el pasto y Otto bajo el sol, y quizás un paquete de galletitas.
Ya no oímos la voz de Otto. Entre el llanto, supo ser dulce, baja, y ahora está cascada.
Cuando descubrimos a Otto, tratamos de hacerle un reportaje. No supo contestar. Nuestra reacción varió con el tiempo. Supimos sentir compasión, y entonces hubo quien le compuso odas, para que Otto fuera eternamente olvidado. Pero Otto siguió llorando. ¿Cómo soportar tanto llanto sin resentir esa constancia, esa maldad exhibida en público? Otto llora, y ya no sabemos si no llora por costumbre, o como una manera de purgarse de mocos, de limpiarse los ojos y lavarse las manos. Es incómodo, la gente se molesta, la esquina está completamente mojada, y humedeció las paredes de su edificio. Pero Otto llora, más allá de los psiquiatras. Llora tanto que lo contratamos de fuente, y lo exhibimos en medio de una plaza, como a un angelito. La gente está más feliz. La gente le tira monedas y susurra deseos, y las parejas se besan bajo el ruido del agua. No sé si Otto los ve tras esas cataratas, pero llora a veces todavía más.
Hubo quien fue más práctico y supo ver el rédito industrial. Tenemos a un hombre que llora, como si quisiera vaciarse. Tenemos un llanto eterno. Encerramos a Otto en una cápsula con turbinas hidráulicas, y encontramos una fuente de energía pura y reemplazable.
Otto va a morir, se va a morir de llanto, pero siempre habrá miseria en el mundo. Ahora contratamos a los llorones, y construimos lloraderos públicos. Organizamos sesiones de llanto comunitario. Ofrecemos el cielo a los hombres de ojos rojos. Somos pródigos con la miseria, y sabemos fabricar miserables.
Otto muere en el llanto, absolutamente imbécil, haciendo historia.
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