El atardecer se descuelga por la ventana.
Hay un tufillo dulce a muerte; hay
esos dedos entrelazados, cobardes
con las manos pequeñas, hay
la piel resquebrajada
que limpia sus lágrimas
sobre labios partidos.
El verano que pasa,
coro triunfal de cigarras.
Besos húmedos de despedida.
Los hipos
de su aliento amargo;
convulsiones:
ese discurso desgranado
esas manos, aferradas a jirones
esas excusas.
Un pasado que ya no hace daño.
Cómo no glorificar
el pasado.
Cómo no condenar, también,
el pasado,
la falta de amor.
Excusas,
excusas.
Y no hago nada.
El abandono
es esa mano blanda
que sostiene la mueca
de su mentón filoso
frente a la mesa
vacía.
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