Ahora que nos llega la noticia de que nuestro querido amigo Hernán aún no sale del quirófano, creo que es la hora de que alguien cuente su historia y la de Gamanam. Debido a su recientemente reiterada aparición mediática, pocos deben ser los que no hayan oído hablar de él, pero pocos son también los que realmente lo conocen. No basta con saberlo paladín del arte leve y risueño, artista polifacético y gran teórico de la risa. Este tipo es más que las tres frases condensadas de los suplementos culturales y los minutos de entrevistas en noticieros. Es un maestro del ridículo en el buen sentido de la palabra. Una mente lúcida que entendió toda la seriedad y fantochada del mundo, y la emuló en sus canciones. Un maestro noventoso del guitarreo. Un flaco, en fin, al que le pasaron las mil y unas.
Hernán Guillermo nació de madre adivina, lo cual a la larga le hizo la vida complicada, en el barrio porteño de la Boca. Entre bolas de cristal, cartas astrales y gritos bosteros pasó siete años de vida que no nos interesan. Fue un 5 de septiembre luego de esos siete años cuando recién le ocurrió algo digno de contarse: conoció a una tía segunda o tercera, no del tipo gordo y besucón, sino de las flacas espigadas y amargas. Fue en la casa de esta señora, mientras ella y su madre mateaban, donde Hernán descubrió dos de las que serían sus pasiones: los loros y el canto. Un artefacto mecánico emplumado que grababa voces reposaba en una percha, y desde que el pibe lo descubrió, pasó las aburridas visitas desafinando en el living. Pronto aprendería los artificios de la profesión, conseguiría una guitarra, resistiría al cambio de voz adolescente, conocería a Luis alias Pigu, a Pepe y a Carozo, y luego de idas y venidas formaría junto a ellos la banda que hoy en día todos conocemos.
Pero Gamanam, la banda, tuvo que afrontar varios problemas. Como señaló Hernán muchas veces, “los músicos son seres para tener bien lejos y maricones como nadie en el mundo: siempre hay algo que arreglar, siempre falta para lo que sea, y cuando no están chamuyando minas sólo piensan en juntarse a discutir algo”. Amargas palabras sobre Pepe y Carozo, que días antes del primer recital en vivo sufrieron crisis existenciales ejemplares, con preguntas por el sentido de la vida, la inevitabilidad de la muerte, el precio de los servicios y, sobre todo, miedo al ridículo. De golpe y porrazo Gamanam se quedó sin el bajista y una guitarra, pero al recital se presentó igual, y sorpresivamente, ese se transformó en el primero de muchos. Pizza de por medio, entre Pigu, Hernán y Marcelo, el nuevo bajista, los temas también se sucedieron en aparición con velocidad escalofriante. Hit tras hit. No digas sí, El cuis de Boedo, Pipí Cucú. La gente absorbía ansiosamente las canciones. Pero no todo eran laureles. Muchos quedaron confusos y hasta enojados, y tomaron represalias. Se acusó a los muchachos de Gamanam de propiciadores del sinsentido y se les abrió causa con daños y prejuicios. Algunos intelectuales, demasiado rígidos y limitados, los calificaron como “artistas menores”. Algunas madres llamaron a las radios quejándose, incapaces de entender el humor. Gamanam, sin embargo, siguió produciendo, y la gente escuchando. Es que difícil sería negar el lirismo presente en temas como Mundo Sandía, la belleza de imágenes, el ritmo atrapante (que no, como dicen los detractores, “pegajoso”).
Y esto nos lleva al día de hoy. Luego de infinidad de recitales barriales, encuentros con artistas internacionales como Lou Reed y Paul Williams, una aparición en el Gran Rex donde los snacks fueron repartidos gratis y dos discos platino, ayer Gamanam se presentó nuevamente en un recital a beneficio en la Costanera Sur. Cuenta un fan que prefiere permanecer incógnito que lo vio todo. La gente aplaudía, la banda tocaba, la gente aplaudía, y la banda tocaba nuevamente. Hasta que en un momento, luego de uno de sus temas, Hernán percibió entre la multitud el aplauso febril de Roberto Musso, cantante uruguayo del Cuarteto de Nos, y se emocionó hasta enfermar. El cielo luminoso se escarfó lentamente, y entre gritos de fans y preocupados intentos de ayuda de Pigu, el guitarrista fue sacado en camilla del escenario y conducido al Hospital Italiano con un cuadro de apendicitis aguda. Allí permanece todavía, probablemente puteando la mala suerte (cuenta el testigo incógnito que su madre “se lo había dicho”) y componiendo quizás algún otro tema junto a Pigu, pero sin pizza de por medio. Mientras tanto, en nuestras radios domingueras suena, en espera, Mundo Sandía.
1 comentario:
Q historia!!! Son lo mas!!!
Publicar un comentario