Una vez tardé cerca de un año y medio en terminar un cuento sobre una revolución que finalmente apareció publicado en Monoblocs, Declaración de la acusada n° 1407. Este sobre el 'fin del mundo' vivido como un brote de violencia masiva e inexplicable surgió de una idea que me asaltó el año pasado a propósito de vaya uno a saber qué acontecimiento político y de pronto comenzó a crecer, ramificarse, multiplicarse, hasta que finalmente me encontré con cerca de 30 hojas llenas de principios de cuentos que se desprendían de la misma idea inicial. Como no quería eternizarme en algo que sabía que no iba a acabar con prontitud, sinteticé todo en la primera versión que apareció en este blog, Puños, bombas, nubes y un tarro de mermelada y lo dejé estar. Pero me quedé con las ganas de más y cuando Daniel Fara me preguntó si había escrito algo le envié el texto con todos los demás fragmentos y volvió en la forma de la entrada anterior.
Yo tenía un problema formal que radicaba en que no quería soltar ninguna historia, pero me ahogaba intentando organizarlas en el camino. Me parece que la de Fara es una linda solución (amén de ese final que escribió con la historia de Elisa y el narrador, que me gusta mucho porque trivializa completamente el fin del mundo -como dijo Fara, "el mundo se acabó pero la gente sigue viviendo y ocupándose de sus pequeños asuntos"). Eventualmente voy a volver a reescribir todo eso. Eventualmente voy a terminar otra historia que se desprendió de la idea inicial pero ahora no tiene nada que ver (dicho de manera burda, trata sobre un tipo que, tras muchos años, sigue las huellas del padre que lo abandonó en pos del fervor patriótico de la guerra... pero no murió en ella, ni volvió). También me gustaría desarrollar más esa imagen del predicador de tv.
Esta entrada es ociosa y sólo quiere ser promesa, y decir: gracias a Fara por la ayuda, y por sus escritos.
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