Yendo por Olleros hay un lugar de Buenos Aires donde el mundo juega golf, los viejos ejercitan, y todo termina en un sistema de lagos artificiales con islotes de árboles secos donde los gansos compiten por descansar. Es un lugar de perpetuo otoño que recuerda a cualquier cosa menos a sí mismo, y podés, por ejemplo, quedarte sentado en un banco frente a esas aguas inmóviles y ver cómo pasan los hombres y los autos y sentir toda la aleatoriedad de tu estar detenido ahí con los gansos con completa indiferencia. Una mujer hace flexiones en aparatos sofisticados. Corren hombres de largos rulos, autos de pintura brillante, pibes que cuidan autos, pájaros, viejos. Los gansos gritan, el sol te da en la cara, y la sensación física de bienestar aquieta la insatisfacción, las ansias, el pensamiento y cualquier otra cosa que venga aparejada. El uso de casi todas las cosas que hay por ahí desparramadas para ejercitarse te resulta un completo misterio, pero no te moverías para averiguarlo. Te quedás quieto en tu banco que se enfría. Y entonces aparece alguien para hacerlo por vos. Equipo deportivo azul, tendencia a quedar con la panza descubierta, pantalón lleno de polvo de tanto sentarse en el piso, no tendrá más de diez años. Llega corriendo, y no deja de moverse. Mira a la señora que hace flexiones, salta corriendo un sistema de vallas pequeñas, se agita, te ignora, jamás se para a ver el estanque. Lo prueba todo: hace tres espinales en una superficie, dos abdominales en otra más empinada, se incorpora, se aburre, se cansa, y las usa de tobogán. Revolotea en torno a la mujer que ejercita, la mira, la esquiva, y cuando ella se va ocupa su lugar en la maquinaria. La imita durante medio minuto, y entonces decide innovar, y se trepa al armatoste metálico, otea desde su medio metro de altura extra adquirida en grande hazaña, y luego se acomoda de manera incómoda para descansar. No descansa mucho. No duda mucho. No se detiene. Lo toca todo, lo reinventa todo. No se cansa. Y si llega su hermana menor, también en traje de gimnasia azul, usa el aparato para hacer flexiones de a dos, como si de sube y baja se tratara, y las piernas de ella quedan colgando en el aire. Se ríen; la tarde se desgrana, lenta, solitaria. Vos te tenés que ir, con tu meditada indiferencia. Los dejás ahí, jugando en la plaza para adultos. Corren los autos, los hombres, las hojas ocres en los árboles, las aguas movidas por el viento, vos. Un viejo desmigaja pan junto al lago improvisado; los gansos se pelean por los restos. Se enroscan, se gritan, se asustan, se engañan, se arrepienten, se culpan, se extrañan, se escapan.
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