Rojo y negro (1830) de Henri Beyle, más conocido como Stendhal, suele señalarse como una de las obras arquetípicas del realismo. Eso era todo lo que sabía antes de leerla, aparte de la carrera ascensionista de su protagonista, Julien Sorel. Esto no pretende ser una lectura con rigor académico, tampoco demasiado original -de hecho, esta entrada se enmarca en gran parte dentro de la interpretación de Rojo y negro que proponen en la edición de Altaya que leí (muy buena, dicho sea de paso: se conseguía por $20 en mesas de saldo de Corrientes hace unos años)-, pero quiero dejar escritas algunas impresiones sobre la novela que, en caso de quedar en cuadernos, después resultaría bastante complicado volver a encontrar.
Atropelladas y poco importantes primeras impresiones.
1) Gran afición de Stendhal por los epígrafes. Buena elección, además: sintéticos, poéticos, pertinentes. En los últimos capítulos de la 2da parte desaparecen, así como los títulos.
2) Proliferación de marcas de narrador, de juicios de valor, y de excusas: no recuerda para nada la (mayor) 'objetividad' y el distanciamiento de producciones de Flaubert o Maupassant. A menudo parece como si, a partir de ellas, se tomara el pelo al lector.
3) Héroe romántico a la Rousseau, un tanto ridículo a veces, y 'noble' otras.
4) Falta de perspectivismo histórico de mi parte: las intrigas corteses son extremadamente graciosas.
5) Más falta de perspectivismo: varias épocas, un mismo diagnóstico: en épocas de ocio y/o impotencia: aburrimiento, 'cinismo', incredulidad, desinterés, desintegración. Como respuesta: idealización de un pasado heroico (p.ej, Matilde; Sorel con respecto al 'mítico' Napoleón), conspiraciones de revolución (y como contrapartida, la respuesta defensiva del status quo), planeamiento exaltado de un futuro óptimo, o circo reflotador de símbolos de viejo lustre, de serpentinas, matracas y oropel.
6) Para todo lo demás, existe el amor, que se forja y se expresa en, para y como ficción verídica (es Sorel usando frases de La nueva Eloísa y cartas de amor ajenas para seducir a mujeres; es la señorita de Mole novelando para sentir. Excluyo el amor final entre la señora de Renal y Sorel, porque podría leerse como la apoteosis de la carrera heroica de este último).
Lo llamativo de esta novela arquetípica del "Realismo"...
... es lo que señalé en el punto 3. Pese al estilo de la escritura, al detalle, la ubicación de los personajes en un marco histórico que los condiciona y explica sus actos, y demás, Julián Sorel resulta un héroe adolescentón completamente romántico (cosa que, por lo demás, señala la edición de Altaya que leí). Yo esperaba un Rastignac, un Bel Ami, y en cambio me encontré con un gigantesco héroe rousseauniano en conflicto con la sociedad, altivo, incomprendido y rodeado de enemigos, solitario de férreas decisiones y algo paranoide, del cual se lee por sus monólogos internos que al final de su viaje (al enfrentarse a su muerte luego del camino que se supo forjar) ascendió, superó sus obstáculos, se venció a sí mismo y retornó al inicio del trayecto perteneciendo a otro nivel, dignificado. Parece como si el ascenso de Sorel, tras tantas vueltas, además de ser social fuera también moral. En el penúltimo capítulo Stendhal presenta a Sorel como un héroe que, por traído de los pelos que parezca, incluso puede recordar un poco a esa alma bella de Schiller en María Estuardo.
Y sin embargo,
lo llamativo en eso que acabo de escribir es que la muerte de Sorel, luego de todo ese heroísmo que se nos presenta en su cautiverio, jamás se describe. Su sacrificio dura un renglón de pura mediocridad: "Todo ocurrió, sencillamente, como debía ocurrir, y sin ninguna afectación de su parte". No hay declamaciones trágicas o pensamientos sublimes antes de final, no se describen grandes repercusiones de sus actos. Tampoco es completamente insignificante: su entierro es seguido por una procesión. Es ambiguo: luego de exaltar la heroicidad de Sorel, Stendhal lo elimina por completo, parece restarle trascendencia. Quedan un amigo destrozado y dos mujeres penando. Una se impone un gesto novelesco para estar a la altura de su sacrificio, la otra muere de amor. Este último gesto es completamente romántico, y volvemos al principio, a lo que me llevó a escribir este mamarracho.
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Quede esto para dentro de unos años cuando lea el libro de nuevo, como resguardo de mi memoria incapaz de memorizar Biblias, y espacio de discusión en caso de que alguien llegue hasta acá.
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